¿Te ha pasado que entras a un lugar y, sin saber bien por
qué, te relajas? O al revés, hay sitios que te incomodan apenas cruzas la
puerta, sintiéndote incomodo y con ganas de ya salirte.
Lo que sentimos en esos momentos no es casualidad, es
resultado de cómo está construido ese entorno. Ahí es donde entra una nueva
forma de diseñar, la neurociencia que se une con la arquitectura desde la
investigación, una arquitectura que escucha al cuerpo, al cerebro y a las
emociones. Le llaman neuroarquitectura.( Marília
Matoso )
Imagina que cada rincón de una escuela estuviera pensado
para hacer sentir a las niñas y niños más seguros, más alegres, con ganas de
aprender. Que los hospitales fueran algo más que paredes frías, lugares que llevan
a la salud, que ayudan a sanar desde lo visual, lo acústico y lo sensorial. O
que las oficinas dejaran de ser sitios de agotamiento, grises y con pesar.
Desde hace años, la ciencia ha demostrado que nuestro
entorno físico afecta cómo pensamos, dormimos, aprendemos o nos relacionamos.
Por ejemplo:
Esta ciencia es exacta, ya que analiza desde el ritmo
cardíaco, ondas cerebrales, niveles hormonales y desde la neurociencia crea una
nueva rama junto con la arquitectura... Y lo más interesante es que se pueden
aplicar en casi cualquier lugar escuelas, hospitales, casas, plazas, museos.
Todo espacio puede transformarse para cuidar más a quienes lo habitan.
En los años 50, un médico llamado Jonas Salk (creo la vacuna
del Polio) viajó a Italia. Visitó una iglesia antigua en Asís, y algo revolucionó
en su mente. No sabía explicar por qué, pero cada vez que estaba ahí, sentía
más claridad, más creatividad. Al volver a Estados Unidos, decidió construir un
centro de investigación donde la arquitectura inspirara ciencia. No bastaba con
laboratorios funcionales, quería que los espacios estimularan el pensamiento.
Así nació el Instituto Salk, un lugar que hoy se estudia como ejemplo de diseño
emocionalmente inteligente.
La neuroarquitectura nos recuerda que no todos percibimos el
espacio de la misma manera, y por eso el diseño tiene que abrirse a la
diversidad.
No basta con que un espacio cumpla con la ley, debe
responder a cómo viven, sienten y se mueven distintas personas. Ahí es donde la
accesibilidad universal y la neuroarquitectura se encuentran: en la búsqueda de
espacios más humanos.
No hay una fórmula mágica, pero sí muchas sugerencias:
Y si diseñamos para la diversidad, pensemos en rampas que no
parezcan “adaptaciones” sino parte orgánica del espacio; en baños accesibles
con diseño digno; en señalética que sirva para todas las personas.
“Diseñar con el
corazón y con la ciencia a la vez eso creamos en Todo Accesible”
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